En los bancos y las esquinas de la terminal se acumulan personas de caras largas. Anónimos y ausentes, envejecen sin que su avión despegue. Yo soy uno de aquellos espectros solitarios esperando a la muerte como quien espera su turno en la carnicería. Y el cuchillo del charcutero cae y la carne se desgarra y los sueños son amputados. Hace tiempo que no sueño, tan solo aquella imagen que se repite. Mi féretro bajando a su lecho de arena y el cura ya piensa en sus planes del domingo. Nadie más que él, mirándome con indiferencia, y el enterrador encendiendo un cigarrillo y cargando la pala. Los últimos aviones ya despegan vacíos en aquel aeropuerto de vidas truncadas. La megafonía recuerda vigilar maletas y aspiraciones, pero yo ando ligero de ambas. En la pantalla tan solo queda información de un vuelo que ya embarca. Pero no tengo billete. Me pregunto qué hago allí.
Tan solo espero.