A mí una vez me robaron todas las sillas de casa. Abrí los ojos y no estaban. Al mirar alrededor vi que no solo se habían llevado las sillas. Se llevaron también la mesa, aquella en la que solía escribir cuando estaba harto de todo, el sofá, el piano. Ya nunca volverían a sonar sus notas en las tardes melancólicas. Se llevaron la ducha, en la que cada noche me desinfectaba de la podredumbre de este mundo, el sillón, los cuadros. Y con ellos la única parte de belleza que me quedaba. Se llevaron la cama, ya nunca más se mezclarían los gemidos entre sus sábanas, la ropa, las estanterías. Y con ellas se llevaron miles de historias y vidas, un auténtico genocidio. Pero no pararon ahí. Al mirar dentro vi que se habían llevado mis sueños y mis esperanzas. Se llevaron el futuro y el mañana. Se llevaron todo aquello por lo que merecía luchar, aquello por lo que salir de la cama cada mañana. Aunque ya hiciese un tiempo que no podía levantarme de ella, aunque ya hiciese un tiempo que avanzaba por la senda de la auto destrucción.
Sin embargo no todo fue negativo. Por suerte también se habían llevado el espejo.