El agua espantaba a las avispas escondidas bajo las hojas. Alfonso se paseaba comprobando el estado de los cultivos. Las plantas crecían fuertes y pequeños tomates, aún verdes, comenzaban a poblar las ramas. Esther asomó por la puerta y se quedó observando a su marido. Alfonso se percató de su presencia, le dedicó una sonrisa y se acercó a ella.
—¿Cómo está Byron? —Acarició la barriga de su esposa.
—Hoy no ha dado guerra.
“Guerra” pensó él, y en un acto reflejo levantó la mirada hacia la ventana cenital del módulo botánico. La Tierra no era ya más que un punto en el firmamento.