“He viajado al fin del mundo” dije.
“¿Y qué viste?” preguntó ella.
“Creí que así podría escapar de mi pasado.” Ignoré su pregunta. “Una huida hacia delante, sin mirar atrás, evitando enfrentarme a mis fantasmas”. Hice una pausa. “Puedo parecerte cobarde, pero te aseguro que recorrer todo el mundo conocido es también una tarea difícil, una tarea muy dura y fatigante”.
Ella me observaba a través de sus ojos verdes.
“Y llegué. Ya no había más tierra. Frente a mí se extendía el mar, majestuoso y embravecido. Rugía, chocando contra la piedra, como dándome la bienvenida”. Era como volver a sentir la fuerza del momento. “Al horizonte el sol se ponía”.
Vi cómo intentaba imaginar mis palabras.
“Sus rayos eran calma frente a la agitación de las aguas. Parecía una auténtica batalla entre el cielo y el océano, azul contra rojo”. La miré con intensidad. “Entonces me di la vuelta. Y allí seguía mi pasado, a la misma distancia a la que yo lo recordaba.”
“¿Qué hiciste entonces?”. Había expectación en sus palabras.
“Era eso o el acantilado”.
La sirena guardó silencio.