Vi este cuadro en los Museos del Vaticano, y no pude sino acordarme de aquel abrazo que me dio mi padre cuando emigré en busca de una vida que mi tierra no podía darme.
Y así como los personajes del cuadro se disuelven en el fondo, ese recuerdo, como tantos otros, se diluye en el poso de mi memoria.
Al final no queda nada.